Si un español, por ejemplo, estuviera viendo un partido de niños en Estados Unidos, es posible que acabara pensando que el árbitro -¿quién, si no?- no tiene ni idea. Y lo haría después de ver que señala una falta en contra del equipo del chaval que, simplemente, acaba de cabecear el balón. Pero estaría equivocado; no solo sí tiene idea, sino que habría acertado en su decisión. La normativa le respalda: los menores de 11 años tienen prohibido darle al balón con la cabeza.
Esta medida sería impensable en España, pero en Estados Unidos lleva ya tiempo en vigor. Hace cinco años, un grupo de padres presentó ante en el tribunal estatal de California una demanda contra varias organizaciones, incluida la FIFA, por «negligencia y descuido» en el tratamiento de lesiones cerebrales o contusiones producidas al golpear el balón con la cabeza.
A raíz de esta iniciativa, la Federación de Fútbol de Estados Unidos (USSF) decidió prohibir en 2016 que todos los menores de 10 años golpeen el balón con la cabeza. En el siguiente tramo de edad, los que tienen entre 11 y 13 años, deberán limitar los cabezazos en los entrenamientos y solo pueden aprovecharse de esta parte del cuerpo durante un máximo de treinta minutos.
EE UU es un país especialmente sensibilizado con los daños neuronales en el deporte. ¿La causa? El fútbol americano, capaz de paralizar la nación el primer domingo de febrero porque se celebra la Superbowl. Aunque el fútbol, lo que ellos conocen como ‘soccer’, no deja de crecer en popularidad y número de prácticantes. Ya es el segundo país del planeta -solo por detrás de China- con mayor número de jugadores: 24,5 millones, 4,5 de ellos federados. Y su selección femenina se proclamó el pasado verano campeona en la Copa del Mundo.
El legado de un suicida
El fútbol americano, donde los impactos son más violentos y habituales, le debe todos los avances en materia de seguridad y prevención a un médico nigeriano llamado Bennet Omalu, que consagró su vida a demostrar que este deporte de contacto era tan devastador como el boxeo. También resultó crucial gente como Junior Seau, un ‘linebacker’ de los noventa que, con solo 43 años, tuvo la sangre fría en 2012 de suicidarse pegándose un tiro en el pecho y no en la sien, con la intención de proteger su cerebro y permitir así que pudieran estudiarlo.
El doctor Omalu sospechaba que los ‘concussion’, la palabra inglesa que se utiliza para definir los golpes en el cráneo, estaban detrás de las muertes prematuras de muchos exjugadores de la Liga de Fútbol Americano (NFL). Como la de Mike ‘Iron’ Webster, que falleció con 50 años y se dijo que fue por un infarto. Omalu descubrió que tenía severas lesiones, como las de un púgil muy castigado, y acuñó el término CTE, traumatismo craneoencefálico crónico. La NFL, una máquina de hacer dinero, intentó ningunearle, pero acabó cediendo ante una demanda colectiva de numerosos profesionales y un estudio de la Universidad de California que concluía que sus jugadores tenían 19 posibilidades más que otra persona corriente de padecer alzhéimer.