Son las 4 de la tarde del viernes y la esquina entre la Plaza de Mayo y el Cabildo está llena de gente que va y viene. Entre ellas se abre paso Enrique Plantey, que se hace un rato en su jornada laboral para la entrevista. Justo enfrente está el Consejo de la Magistratura, donde el atleta olímpico neuquino y futuro abogado trabaja desde hace ocho años. Elige una mesa cerca de la ventana. Los mozos lo saludan con cercanía. Se sienta, pide una limonada y pregunta: “¿Por dónde querés encarar la nota?”. Es que, aunque él intente contar su vida sin grandilocuencia ni épica, se podría escribir un libro sobre los 25 años que pasaron desde el accidente que lo dejó en silla de ruedas, cuando tenía 12.
El 24 de febrero de 1995, Enrique viajaba con su familia por la Ruta 22 desde Neuquén hacia Loncopué, donde vivían. En medio del viaje se detuvieron a un costado del camino, a la altura de Senillosa, para saludar a unos amigos. Mientras charlaban ahí parados, una camioneta que pasaba perdió el control porque se le levantó el capó y los atropelló. Uno de sus hermanos, Nicolás, y su papá, Beto, murieron. Enrique sobrevivió, pero una lesión en la médula lo dejó parapléjico. “Imaginate que, en ese panorama, que yo estuviera en silla de ruedas fue un detalle: había sobrevivido y eso era una buena noticia. Y así lo vivimos. Yo digo que mi familia nunca me vio en silla de ruedas, nunca me miraron así”, dice.ADVERTISING
Enrique recuerda que un año antes de ese trágico hecho, un amigo del club en el que jugaba al rugby había quedado en silla de ruedas tras un accidente. “Me había shockeado mucho y pensaba en que se le había arruinado la vida. Entonces no me podía imaginar la vida sin correr. Tanto me pegó, que me acuerdo que había empezado a correr con la conciencia de sentir los pies, de disfrutar de poder hacerlo… Soy muy creyente, siempre lo fui, y creo que Dios me dio esa posibilidad de despedirme de alguna manera de mis piernas”, rememora.
La primera etapa de recuperación fue la más dura, pero volvió a la escuela y siguió con su vida. Tiempo después pudo viajar a Cuba cuatro meses con su mamá para una rehabilitación y todo su panorama cambió: le enseñaron la importancia de la alimentación y el entrenamiento. “Fue un clic en mi cabeza, porque yo había ganado peso en ese tiempo y volví muy consciente y no paré. Me mostraron otro mundo”, dice.
El entrenamiento primero era un pasatiempo y a la vez una forma de llegar bien el sábado a la noche para el boliche. “Las mujeres fueron también parte del impulso de entrenar y verme bien, sobre todo en esa etapa adolescente”, asegura. Y dice que algún día va a escribir un libro sobre el tema más tabú de la discapacidad: el sexo. Incluso cuenta que en aquella etapa un médico le dijo que le iba a explicar cómo iban a ser sus relaciones sexuales: “Por supuesto que lo que me dijo aquel médico no tenía nada que ver. Es terrible eso. Porque es algo que se crea en la sociedad. Para mí nunca fue un problema”.
Deportista nato
Tampoco lo fue hacer deportes. Y eso fue en parte gracias a su profesor de educación física del colegio Don Bosco, Raúl Garrido, que lo impulsó a seguir haciendo deportes igual que al resto de sus compañeros. “Eso es como la familia: te pueden abrir puertas o cerrarlas. Muchas veces te limitan por querer protegerte. Yo tuve la suerte de estar rodeado de personas para las que no fue un problema que yo estuviera en silla de ruedas y que jamás me hicieron sentir que estaba limitado”, explica.
Así empezó a jugar a los deportes más clásicos y sobre todo los más simples para adaptar -básquet, vóley, handball-, pero ninguno lo apasionaba. A él siempre le habían gustado la velocidad y la adrenalina.
A los 16 años llegó la oportunidad. Y otra vez tuvo que ver con ese entorno que agradece: esta vez a sus amigos. Con ellos, que nunca lo alejaron de ninguno de los planes adolescentes, hizo su primer viaje solo: fueron a San Martín de los Andes; ellos iban a esquiar y Enrique los acompañaba. Pero estando en una confitería de Chapelco, se le acercó una instructora y lo invitó a probar el esquí adaptado: “Justo había gente de Estados Unidos que lo había llevado… Me voló la cabeza”. Tanto que su mamá juntó la plata para comprarle el equipo, que entonces costaba mil dólares. Y empezó a esquiar.
Después de ese, vinieron otros viajes cortos con sus amigos y organizaron un “work and travel” -estadías para viajar y trabajar- al centro de esquí de Aspen, Estados Unidos. “Entonces descubrí que podía viajar a otro país, trabajar, esquiar… Mi mundo se ampliaba más”, comenta.
Volvieron entusiasmados con viajar: se fueron varios un mes y medio a recorrer Europa. Y entonces nació una idea todavía más ambiciosa con uno de sus amigos, Javier Marasco: se propusieron dar la vuelta al mundo. Y lo hicieron. Enrique se pidió una licencia en el trabajo, sacó el pasaje y se fueron. Un año siguiendo el sol desde América del Sur hacia Estados Unidos, de ahí a Europa y a África, de ahí a Medio Oriente y Asia. Lo fueron contando en un blog que aún sigue online y se llama Neuquinos por el Mundo.
“Yo dudaba de si irme o no. Y justo en eso escuché en la radio, en Perros de la calle, que tiraban una consigna que era de qué te arrepentías en la vida. Y llamó un flaco y contó que cuando eran pibes sus amigos hicieron un viaje al que él no había ido porque estaba de novio con una chica con la que se peleó un mes y medio después. Y que habían pasado 30 años y ese viaje era lo único de lo que hablaban. Fui y me saqué el pasaje. Y fue una de las mejores decisiones de mi vida: es inolvidable”, cuenta.
Y se lo agradece a su mamá, que cuando lo tuvo que dejar ir al primer viaje solo se guardó todos sus temores, preguntas e inseguridades, y lo alentó. “Me lo contó mucho después, que se le había revuelto el estómago pensando en cómo me las iba a arreglar, y yo le agradezco que lo haya hecho. Porque abriendo esa pequeña puerta, abrió todas las demás”, sostiene.
El camino olímpico
Dice que nunca pensó que por el accidente iba a tener que dejar de hacer deportes. Pero tampoco pensó jamás que iba a ser un atleta olímpico. Fue después de los viajes que, mientras se entrenaba mucho y la gente le preguntaba para qué se entrenaba tanto, pensó en que quería tener un objetivo. Y se contactó con un entrenador de Las Leñas que había llevado a un esquiador a las Olimpíadas de Vancouver 2010. Fue hasta allá y empezó a competir en el Equipo Argentino. Y de ahí fue a Estados Unidos a una clasificación médica para conocer su categoría dentro de su disciplina, el esquí alpino adaptado. “Competimos todos juntos pero a cada uno, según unos cálculos que se hacen dependiendo de cuál sea tu discapacidad, el reloj le corre diferente”, explica.
La primera carrera en Estados Unidos, dice, fue como chocarse la pared a 180 kilómetros por hora: “Era 2012 y me encontré con que mi silla era un Ford Falcon… La gente decía que me admiraba por lo que hacía con mi silla. Era gigante, vieja. Llegué de ahí con todos los objetivos claros y un norte. Sabía dónde quería llegar”.
Se fue toda la temporada a Bariloche y después a España con un amigo que también compite en las olimpíadas pero en snowboard. “Ahí empecé a agarrarle el timing a mejorar. Pero veía todo muy lejano. Sentía que nunca iba a alcanzar a los tipos con los que tenía que competir. Y hoy son mis competidores directos. No paré más .Ahora hago doble temporada de invierno en San Martín y en Europa”, comenta.
Sus primeras olimpíadas fueron en Rusia: Sochi 2014. Junto a su novia de entonces, Triana, compraron los pasajes, y él se fue a Estados Unidos, Canadá y Europa a competir para clasificar. Tenía el tiempo justo. Y lo logró. En esa etapa consiguió los primeros apoyos: “Antes de irme empecé a buscar y la Provincia me ayudó con el equipo. Después de que entré a Sochi, también empezó a apoyarme el Enard (Ente Nacional de Alto Rendimiento Deportivo) y ya fue todo distinto. Porque me pusieron entrenador fijo, empezaron a sacarme los pasajes. Y ahí no paré de subir el nivel”.
Después de Sochi, consiguió el tercer puesto en el Campeonato Nacional Francés y quedó 13º en el Mundial de Esquí Alpino 2017 en Eslovenia, que le permitió clasificar para los Juegos Paralímpicos de Pyeongchang 2018 (Corea). “Después de eso, quedé 11° del mundo. Podría haber quedado mejor, pero no está mal. Tenía otras expectativas. Pero no descansé bien y después de eso hablé con mi entrenador, Martín Carnaghi, que es un capo total y es quien me trajo hasta acá: le pedí que necesitaba una temporada para mí, para chupar calor, para meterme al agua. Porque vengo siguiendo los inviernos, con doble temporada invernal. Así que descansé este verano e hice mucho surf. Y ahora estoy listo para volver”, se entusiasma. La próxima parada olímpica será Beijing 2022, y aunque tiene que clasificar, todo indica entrará adentro. “Tengo el puntaje. Hoy siento que voy a llegar muy bien”, dice.
“No hay recetas médicas para vivir”
Hace 6 años conoció a Mariano Tubio, que hoy tiene 39, lleva diez en silla de ruedas y es multicampeón de golf adaptado. Fue porque Mariano había traído del exterior una “handbike” -un acople que convierte la silla de ruedas en una bicicleta- y a Enrique le pareció una solución para su movilidad cotidiana. Enseguida se asociaron y empezaron a desarrollar un modelo propio. Con la pasión, disciplina y perfeccionismo de los dos, varios prototipos y cinco años después, hace dos meses lanzaron al mercado su propia handbike con el sello de su empresa, 3PI Mobility.
El diseño que lograron compite con los que se venden en el exterior, sobre todo por el precio mucho más bajo, pero por ahora quieren abastecer al país y que llegue a quienes lo necesitan acá y no podrían comprarlo en otro lado, porque además las prepagas y obras sociales lo cubren.
“Además de crear una empresa, lo que más me gusta de esto es lo social, poder hacer algo que de verdad les puede cambiar la vida a las personas en silla de ruedas. A mí me la cambió, yo ahora vengo al trabajo todos los días en bici y no dependo de nada. Te da libertad para moverte. Es muy gratificante recibir mensajes de quienes la están usando, agradecidos y felices”. Y celebra el gran cambio en la mirada de la sociedad y en la visibilidad e inclusión de las personas con discapacidad: “Hoy en la calle y en los trabajos hay personas con discapacidad. Hay una vicepresidenta en silla de ruedas. Hay esquí adaptado en todos los centros de esquí y hay una escuela espectacular en Chapelco”.
En su ciudad natal, Loncopué, tiene un playón con su nombre y fue reconocido por la Provincia como deportista destacado. “Cuando digo que el entorno es clave, también hablo de mi provincia, de Neuquén. Yo estoy agradecido, porque mi colegio, mis amigos, mi familia, todo fue en Neuquén. Y después la provincia siempre me apoyó y la gente también”, agradece. Y sabe que muchos lo toman como un referente o un ejemplo. Pero él dice que no se propuso ni se propone serlo, que solo se dedicó a vivir su vida y a cumplir sus deseos y sueños, y que es desde ese lugar que habla. Y aunque no lo haga para inspirar, igual inspira. También cuando habla.
“Lo único que nos pueden diagnosticar en estos casos es que quedamos parapléjicos, porque para vivir la vida no hay ninguna receta médica que te la vaya explicando. Salir a la cancha en silla de ruedas, dar tus primeros besos, hacerte amigos, viajar, practicar esquí, estudiar, emprender, ser una persona exitosa, o todo lo contrario, no está en una receta médica y menos en tu silla de ruedas, sino en la cabeza de cada uno y en la capacidad del entorno de saber acompañarte”, dice el texto que escribió para una Charla TED que dio hace unos meses. Y que cerró así: “Si alguien me pregunta ‘¿cambiarías tus últimos 24 años de vida por tus piernas?’, sin dudarlo me quedo en mi silla de ruedas”.