No fue fácil. Fue un momento muy duro para mí y mi familia. No sólo porque recibí seis disparos que me dejaron en esta silla de ruedas, sino porque mi hermano, a quien amaba con el alma, murió. Me costó mucho entender por qué me ocurría eso a mí. Por qué los que teníamos que sufrir por la violencia de este país éramos nosotros, unos campesinos honrados que no le debíamos nada a nadie. Recuerdo el 13 de octubre de 1992, en Santa Marta, como si fuera hace muy poco. De hecho, creo que nunca se borrará de mi cabeza ese día. Mi hermano era comerciante en la Costa y se dedicaba a la venta de ganado vivo y en especie, así que él, de 30, y yo, de 18, fuimos a la capital del Magdalena para cerrar un negocio. De un momento a otro un grupo de hombres armados dispararon sin piedad. Vi que mi hermano quedó quieto, pero a mí también me habían atacado y no me podía mover. Fue espantoso. Nunca más pude volver a caminar ni a compartir con mi hermano.
Estuve en un proceso de adaptación, en una etapa de duelo. Esos momentos en los que se reniega de todo, hasta de Dios. Pensaba que mis deseos de surgir y de formar una familia habían quedado en sueños lejanos. Pero lo que me levantó es que vengo de una familia del campo: berracos. Mis padres, Moisés y Elvira, santandereanos de racamandaca, me inculcaron siempre la honestidad y por eso nunca pensé en vengarme ni en odiar a nadie. Obviamente sentí rabia e impotencia, pero ahí quedó todo.
Intenté hasta lo imposible por volver a caminar, por ser el mismo de antes. Fui a donde curanderos, rezanderos y demás, y encontré la fisioterapia como la oportunidad de volver a caminar. Pero en una de esas terapias me fracturé una pierna y ahí fue más duro todavía. El tiempo pasó, conocí a personas en condiciones similares a las mías, así que tuve la oportunidad de integrarme a un grupo que hacía deporte en silla de ruedas como baloncesto o tenis. Ahí me di cuenta de que no era el único. Me involucré de lleno en el deporte y hoy en día soy un campeón de la vida. Practico natación y he ganado medallas en mundiales y Juegos Paralímpicos. Y voy por más: en Río 2016 espero colgarme otra. Entendí que discapacitado es aquel que teniéndolo todo no quiere hacer nada.
Quien guarda rencor en su corazón está jodido. Convivir con eso no permite que uno avance en la vida. Yo siempre he sido una persona muy tranquila que, a pesar de todo, ha pensado de manera positiva. Me pude levantar, superé ese obstáculo y salí adelante. Hoy tengo una familia espectacular: Anabel, mi esposa, quien está conmigo desde hace 16 años, y mis dos hermosos hijos: Isabella, de siete, y Moisés David, de tres.
Para mí Colombia es el país más hermoso del mundo. Yo me siento orgulloso cuando salgo a representarlo, y aunque acá perdí la oportunidad de caminar, gané muchas otras cosas de las que siempre me sentiré orgulloso.