Dice convencida que en esta vida todo ocurre por algo, pero la muerte prematura de su marido la dejó sola con dos hijas pequeñas y la arrojó a un pozo de difícil salida. La encontró donde nunca imaginó. El deporte adaptado fue el aliento para seguir adelante. Empezó como guía y luego como entrenadora de esquí para ciegos. Dos décadas más tarde, Sylvana Mestre (Barcelona, 1956) ha preparado a atletas con 15 medallas en los Juegos Paralímpicos y 30 metales en los campeonatos mundiales; ha presidido la Federación Paralímpica de Esquí, y es la única española galardonada por el Comité Internacional con la Orden Paralímpica por toda una vida dedicada a la defensa del deporte adaptado. Pero más allá de premios y metales, su mejor legado son los 7.000 beneficiarios que cada año sonríen con el esquí gracias a Play and Train, una empresa social sin ánimo de lucro a la que se entrega cada día.
– Primera española en recibir la Orden Paralímpica. ¿Cómo lleva eso de ser una mujer única?
– Este reconocimiento ha sigo un gran honor y me hace sentir pequeñita, porque yo creo que hay mujeres luchadoras sobresalientes. Cuesta mucho abrirse camino en un mundo de hombres y mucho más que te reconozcan el trabajo. Creo que soy afortunada por tener gente a mi lado que ha comprendido lo que quería hacer y que siempre me ha apoyado.
– ¿Cuántas lágrimas y satisfacciones hay en esa distinción?
– Muchísimas. A veces eres incapaz de salir del agujero negro en el que te encuentras, por eso es tan importante el equipo del que te rodeas. En general, con todo lo que he pasado, siempre he sido bastante positiva. Todo ocurre por algo y uno debe saber buscar la parte buena de las cosas.
– Los frutos que ahora recoge compensan de algún modo aquellos días tristes que la acercaron al esquí adaptado…
– Sí que compensan y te ayudan a seguir luchando. He vuelto a los orígenes, porque a veces uno sube tanto que tiende a olvidarse de la base y con Play and Train he vuelto a lo que realmente me apasiona, que es trabajar con los niños. Yo trabajaba con mi marido en Salomon, pero tras padecer una enfermedad durante tres años murió con 42. Me quedé con dos niñas pequeñas y muy tocada. Una amiga periodista me animó a no dejar el mundo del esquí y a asistir a una sesión en los Alpes del equipo paralímpico español de la ONCE. Cuando subí, vi atletas, no pobre gente discapacitada intentando esquiar. Ahí empecé.
– ¿Qué le inyectaron aquellos deportistas para traerla de nuevo a este mundo?
– Vida, mucha vida. Me decía a mí misma: ¿de qué me quejo? Pasé de ver la discapacidad con compasión a trabajar al mil por mil para sacar de estas personas el mayor rendimiento a su esfuerzo.
– Y ahí están los resultados: 45 campeones mundiales y paralímpicos fruto de su entrega…
– Hay mucho trabajo por hacer todavía, pero me siento muy orgullosa. Los llamo para cualquier cosa y siempre están ahí cuando los necesito. Como entrenadora siempre me he esforzado en formarlos como personas, porque si no tienen la cabeza bien amueblada nunca se subirán a un podio. Crear un campeón es algo más amplio, no solo vale con que sea un buen deportista.
Decir siempre la verdad
– ¿Cómo se trabaja la confianza en el otro cuando muchos de estos deportistas con discapacidad han perdido la suya en sí mismos?
– Diciéndoles siempre la verdad, siendo honesta. A veces es muy complicado. Cuántas veces me han dicho: ‘Es que tú no eres discapacitada y no me entiendes’, y es cierto. Yo no puedo sentir lo que están pasando, pero sí entiendo el deporte.
– ¿Cuánto de madre, de psicóloga y de amiga tiene una entrenadora de campeones paralímpicos como ha sido usted?
– De amiga, cero. Una es amiga después. En general, un entrenador es un compendio de muchas cosas. Sus deportistas son como niños pequeños, a los que hay que prestar atención continuamente. En eso sí ejercemos como madres y, como todas ellas, también somos un poco psicólogas.
– ¿Qué le sigue dando la montaña para acudir a su llamada pese a su 68% de discapacidad?
– Lo mismo que sienten los deportistas: libertad. Ver amanecer desde el pico de una montaña es grandioso. Sigo subiendo en la estación de La Molina con oxígeno, pero moriré con las botas puestas.
– Pese a los beneficios del esquí adaptado, el coste económico del material sigue siendo una enorme barrera…
– Es enorme. En Play and Train tratamos de subvencionar ese coste. Una silla para ayudar a un parapléjico a esquiar cuesta unos 5.000 euros la más barata; la de un tetrapléjico puede ascender a los 14.000 euros.
– Esa barrera se rompe con ayudas, pero ¿cómo se acaba con las que impone la sociedad?
– Desgraciadamente, sigue habiendo muchísimas. Por eso, es muy importante la formación para dar normalidad desde que son niños.
Embajadora del esquí adaptado. Sylvana Mestre ha formado a 45 campeones paralímpicos y mundiales, entre ellos Jon Santacana.
«Moriré con las botas puestas». En 1992 le detectaron una enfermedad que no le ha restado vitalidad. Pese a su 68% de discapacidad, sigue subiendo a las pistas de La Molina (lo hace con oxígeno), trabajando con deportistas y «disfrutando de amaneceres únicos».