Sam Cane habla de las conmociones cerebrales, el principal problema del rugby actual. Desde que el rugby se hizo profesional en 1995, los jugadores son más fuertes (los delanteros han pasado de 102,3 kilos a 110,8 y los tres cuartos, de 83,4 a 91,9) y más rápidos (corren los diez metros en 1,72 segundos mientras que antes lo hacían en 1,82). Esto se traduce en una mayor potencia en los puntos de encuentro, donde percuten de forma devastadora poniendo el cuerpo al servicio del equipo y sin mirar por su seguridad.
En el rugby son varios los casos de fallecimientos provocados por estas conmociones en los últimos años. Muertes diagnosticados en ocasiones bajo la causa del ‘síndrome de segundo impacto’, ya que el cerebro del jugador, hinchado después del impacto inicial, es susceptible de sufrir un daño catastrófico si se somete a un segundo golpe.
El cerebro sufre una sacudida brutal dentro de la cabeza y deja de funcionar correctamente. Y el problema es que el médico puede adivinar que hay algún daño allí, pero no siempre puede detectarlo estructuralmente porque el daño puede dar la cara más tarde.
Hasta hace unos años era habitual ver a jugadores levantarse sonados después de choques descomunales. Uno de esos jugadores que no sentía ninguna estima por su persona era el tercera inglés Lewis Moody, conocido en los mentideros del rugby como ‘Perro Rabioso’.
Moody, que sufrió varias conmociones durante los 14 años que duró su carrera rugbística, pasa por ser hoy uno de los más firmes defensores de la seguridad de los jugadores. «Recuerdo un partido contra Tonga en la Copa del Mundo de 2007 en el que recibí un golpe y cuando me levanté no tenía ni idea de dónde estaba.
Seguí jugando y durante los primeros minutos mi compañero Martin Corry me guiaba por el campo mientras recobraba los sentidos y la orientación. Era algo normal, hasta divertido. Los jugadores lo entendíamos con normalidad. No era inusual reír abiertamente mientras veías a un jugador sufrir los efectos de una conmoción». Hoy las risas han desaparecido.
El protocolo en el rugby
En el año 2012, el doctor Barry O’Driscoll, tío de Brian, legendario jugador irlandés, y por entonces asesor médico de lo que ahora se llama World Rugby, la FIFA oval, renunció a su cargo. Lo hizo en protesta por la introducción en los partidos de esa ‘Evaluación de la conmoción cerebral en el campo de juego’.
Solución que se implantó y que sigue en vigor. Es un protocolo que se activa inmediatamente obligando al jugador dañado a salir del campo y pasar un reconocimiento médico para descartar la conmoción. Si lo pasa, regresa al campo.
Para O’Driscoll, «están jugando a la ruleta rusa con la salud de los jugadores de rugby». «Tenemos que proteger a los jugadores de sí mismos porque lo pagarán más adelante en la vida. Las caderas y las rodillas pueden ser reemplazadas. Pero sólo tenemos un cerebro», denuncia.
El de Ryan Crotty es uno de los más vigilados de toda Nueva Zelanda. Un estudio de la Universidad de Tecnología de Auckland advertía que el 85 % de los jugadores de rugby de élite sufrían al menos una conmoción cerebral en su carrera.
A Crotty, un fijo en las convocatorias de los All Blacks, ¡se le han registrado cinco episodios de conmoción en un plazo de 12 meses! Para su compañero Ben Smith, que también ha pasado por ello, la clave es seguir el procedimiento de recuperación y confiar en los doctores y entrenadores. «Sufrí algún choque que me produjo vértigo y se lo conté inmediatamente a los médicos. Uno puede tener diferentes síntomas, pero lo verdaderamente importante es reconocer si sabes dónde estás y, sobre todo, ser honesto con el médico para que sepan cómo te sientes», cuenta.
El estudio de la Rugby Football Union
El especial cuidado de estos episodios ha provocado detallados estudios como el que realiza anualmente la ceremoniosa Rugby Football Union inglesa. En el último se advierte que la cantidad de conmociones cerebrales sufridas por los jugadores de la Premier disminuyó la temporada pasada con respecto a la anterior, pero la duración promedio de las ausencias fue mayor que antes.
Las conmociones fueron las lesiones más frecuentes en los 140 partidos de la temporada 2017-18. El estudio arroja otros datos preocupantes. El primero es que los tiempos de promedio de recuperación de la conmoción aumentó en Inglaterra a 19 días, una cifra inquietante. Los protocolos de lesiones en la cabeza conllevan una ausencia obligatoria de seis días por conmoción cerebral, pero ningún jugador regresó dentro de ese período.
Algunos defienden, sin embargo, que esto es señal de una mayor cautela en la recuperación. El segundo dato que llama la atención es que los casos de conmociones han aumentado en las sesiones de entrenamiento de 21 a 32, completando casi el 40 % de los casos ocurridos.
Las conmociones han comenzado a protagonizar los debates en los foros de rugby, pero en otros, como el fútbol americano, es un problema con el que conviven desde hace tiempo. En 2013, la NFL acordó pagar 700.000 euros a los exjugadores que sufran afecciones neurológicas a largo plazo asociadas a traumas cerebrales sufridos en su carrera.
Una enfermedad que se conoce técnicamente como Encefalopatía Traumática Crónica (CTE) y que antes era conocida como ‘síndrome de borrachera’ o demencia pugilística, ya que en un primer momento se creía que solo podía ser descubierta a los boxeadores. Hasta que comenzó a aparecer en el cerebro de varios jugadores de la NFL.