Gary Woodland pudo escuchar las palabras de su amiga Amy Bockerstette mientras se paraba sobre el disparo de fichas en el hoyo 17 que lo ayudó a ganar el Abierto de los Estados Unidos.
«Usted tiene esto».
Ese es su mantra en el curso, y se convirtió en el suyo el domingo en Pebble Beach.
En este momento, más de 9.6 millones de personas han visto lo que sucedió cuando Bockerstette, quien tiene síndrome de Down, jugó, y parredó, un hoyo con Woodland en una ronda de práctica durante el Waste Management Phoenix Open en el TPC Scottsdale a fines de enero.
«Ella obviamente ha lidiado tanto en su vida, y como todos lo han hecho, pero su actitud es increíble», dijo Woodland a ESPN. «Eso es lo que he aprendido de ella. Y, con suerte, el mundo tiene más de eso porque todos necesitamos más de Amy.
«No hay nadie que haya visto en el momento tanto como ella. Todo el mundo siempre dice en los deportes: ‘Tienes que estar en el momento, tienes que ser el momento’. Amy vive en el momento y eso es lo especial «.
Bockerstette ha tenido un par de momentos virales con Woodland. Pero hay mucho más para los 20 años de edad, quienes llegaron a los torneos de golf de la escuela secundaria del estado antes de recibir una beca para jugar en el Paradise Valley Community College en Phoenix.
En verdad, Bockerstette no es muy diferente a las de su equipo.
Claro, hay lo obvio. Ella tiene un cromosoma extra. Eso lleva a un cuidado extra y requiere atención a sus rutinas.
Pero, en muchos sentidos, es como la mayoría de las otras chicas de su edad. Ella está enamorada de Niall Horan, que está en su banda favorita, One Direction. Le encanta la música, especialmente Daughtry, y las películas, incluyendo «Goosebumps 2». Está loca por los chicos, siempre hablando de los novios de sus compañeros. Ella siempre quiere saber cuál será su próxima comida. A ella le encanta ir a conciertos con su hermana mayor, Lindsey. Y ella siempre está cantando, ya sea en la práctica o en la parte trasera de la camioneta.
Amy cumplirá 21 años en octubre, y su hermana ya está tramando su primer trago, probablemente algo dulce, como un té helado de Long Island.
«Ella es como todos los demás», dijo Lindsey. «Solo le toma unos minutos extra hacer algo».
Dentro y fuera del curso.
Ese es su viaje, sin embargo. Y no siempre ha sido fácil, empezando antes de que naciera Amy.
‘Sentí que había señales’
La madre de Amy, Jenny, dice que ella sabía. Casi 21 años después, no puede explicar cómo. Simplemente tenía la sensación de que su bebé nacería con síndrome de Down. Jenny tenía 39 años, por lo que había riesgos inherentes asociados con su embarazo. De acuerdo con March of Dimes, las mujeres mayores de 35 años tienen más probabilidades que las mujeres jóvenes de tener un bebé con un defecto de nacimiento, incluido el síndrome de Down.
«Sentí que había señales», dijo.
Siendo un «chico del cerebro izquierdo», un ingeniero con su maestría en administración de empresas, el padre de Amy, Joe, aborda la vida desde el lado analítico de, bueno, todo. Sabía que las probabilidades de que una mujer de 40 años de edad que tuviera un hijo con síndrome de Down fueran una de cada 100.
«Es como ‘No, no vamos a tener esto, ¿verdad? Esto no nos va a pasar'», dijo Joe.
Inmediatamente después del nacimiento de Amy, tanto Joe como Jenny entraron en un período de duelo, tal vez por el niño que imaginaron. Joe estaba agobiado por la sensación de perder el potencial de Amy.
«Para mí, fue un shock», dijo Joe.
La familia no habló de eso, o mucho, dijo Lindsey. El dolor de Jenny duró unos dos meses, aunque dice que ahora «nunca lo vio como algo malo». Fue más difícil para Joe.
«Una de las cosas que recuerdo haber pensado es, ‘nunca entrenaré a su equipo de softball'», dijo Joe. «Uno de mis primeros pensamientos fue:» He perdido la oportunidad de vincularme con mi hijo cuando crecía, de participar en sus deportes y de enseñarle a batear un bate, a lanzar una pelota «, y ese tipo de cosas que tipo de esperar
«Usted no cambia tanto la vida de su hijo como aprende a aceptar a su hijo y aprende a apreciar los dones que tiene su hijo. Parece una tontería ahora que estaba de alguna manera afligida por no ser su padre activo en sus esfuerzos deportivos «.
Desde el principio, los padres de Amy aprendieron sobre el síndrome de Down, desarrollaron un grupo de apoyo local en Fort Wayne, Indiana, donde vivían en ese momento, y se unieron a la Sociedad Nacional del Síndrome de Down. Joe se convirtió en presidente de la junta.
Con el tiempo, Joe ganó un reconocimiento por cada hito que alcanzó Amy, como cuando le tomó un año aprender el color rojo.
«Tienes que repetir, repetir, repetir, repetir, y tienes que mantenerte enfocado», dijo Joe. «Ella tomará más tiempo, pero llegará».
Ganando su identidad
Cuando Amy tenía 5 años, Jenny decidió que era hora de decirle que tenía síndrome de Down. A partir de ese momento, se convirtió en parte de la identidad de Amy.
«Solo fuimos nosotros dos y ella me dio un abrazo muy fuerte», dijo Jenny. «Era como si ella pudiera sentir que estaba luchando y que solo quería hacerme saber que estaba bien».
Joe y Jenny le enseñaron a Amy a andar en bicicleta, lo que, según Joe, era «inusual» para los niños con síndrome de Down. Jenny también inscribió a Amy en clases de piano alrededor de los 8 años.
«Pronto se hizo evidente que estaba sana y que estaba bastante coordinada, buena coordinación mano-ojo», dijo Joe. «Sabíamos desde el principio que era bastante atlética».
Amy jugó bolos, nadó y jugó baloncesto, béisbol y fútbol. Cuando iba al séptimo grado, Joe y Jenny comenzaron a explorar la participación en los deportes escolares. Tuvieron una conversación con el director de atletismo de su escuela secundaria, Ryan Backstrom, y Amy se convirtió en la gerente del equipo de voleibol femenino. Con eso vino su propia «pandilla» de amigos, dijo Jenny, dando a Amy un círculo social.
Al final de la temporada, con su equipo cómodamente adelante, el entrenador puso a Amy por un punto. Sus padres miraban ansiosos en las gradas. Amy estaba lista para servir, lo que era capaz de hacer, pero no era lo suficientemente fuerte como para servir desde la línea de atrás, así que se movió hacia arriba, perdiendo automáticamente el punto.
La pérdida de puntos no importaba. Amy tuvo su momento. Joe y Jenny tuvieron su video. Todo el gimnasio se volvió «loco», dijo Jenny.
Si bien Amy no tenía las habilidades para estar en la rotación regular de voleibol, la idea de que estaba practicando deportes patrocinados por la escuela en absoluto abrumaba a sus padres.
«Nuestra creencia siempre ha sido que mientras más gente la conozca, la comprenda y la acepte, mejor será el mundo», dijo Jenny.
Columpio natural
Durante una excursión de golf para recaudar dinero para la escuela primaria de Amy, ella montó en el carro con Joe como el cuarto de su grupo. Joe le dijo a Amy, quien se pasó el día escuchando su iPod mientras jugaba con una muñeca y comía bocadillos, si no estaban contra el reloj, ella podría pegarle un tiro o dos con un 7 de hierro que él trajo.
Cuando Joe llegó a casa esa noche, le dijo a Jenny: «Deberías haberla visto columpiarse. Era como si tuviera un columpio natural». Siguió repitiéndolo, no creyendo sus propias palabras. Joe estaba empezando a jugar solo y tomando clases con un instructor llamado Matt Acuff.
El jefe de instrucción en Palmbrook Country Club en Sun City, Arizona, Acuff acordó enseñar a Amy también, adoptando un enfoque para entrenarla que tiene seis años más tarde: la trata como a cualquier otro golfista.
Acuff les dijo a Joe y Jenny desde el principio que Amy era «más capaz de lo que crees». La meta de Joe al principio era que Amy aprendiera para poder jugar golf con la familia los domingos.
«No teníamos expectativas, cero expectativas de que ella juegue competitivamente, o que sea parte de un equipo o algo así», dijo Joe. «Eso no estaba en nuestro radar».
Luego, Dustin Riley, un maestro de educación física en la escuela de Amy, organizó un club de golf cuando los deportes terminaron para el año en octavo grado. Armada de lecciones, Amy se unió. Durante una ronda, ella golpeó el pasador en un disco. Riley se volvió loco.
«Honestamente, probablemente no haya aplaudido tanto para uno de mis jugadores en mi vida», dijo.
Después de nueve hoyos en una práctica, Riley le dijo a Jenny que creía que Amy podía jugar golf en la escuela secundaria. Se acercó a Greg Rice, el entrenador de primer año de la preparatoria Sandra Day O’Connor, donde Amy se dirigía el próximo año.
Las pruebas fueron en el segundo día de clases. Rice dijo que se mostró escéptico al principio.
«¿Cómo vamos a hacer esto?» el pensó.
Entonces vio a Amy columpiarse.
«Mi boca acaba de caer», dijo Rice. «Ella golpeó esa bola y yo estaba como, ‘Wow’. No podía creer que ella pudiera hacer pivotar un palo de golf así «.
Amy hizo del equipo su temporada de primer año, pero no jugó en un torneo. Jugaría hoyos de práctica detrás del equipo universitario, consiguiendo unos cinco hoyos en cada ronda.
Jugó en dos torneos la temporada siguiente.
Joe y Acuff sabían que un puesto regular en el equipo universitario estaba esperando. Pero algunos de los efectos del síndrome de Down son tener un tono muscular y una fuerza bajos, lo que hace que jugar nueve o 18 hoyos, especialmente en el calor, sea difícil para Amy. Acuff comenzó a sacar a Amy para las prácticas de ronda completa. Ella se marearía, deshidrataría y tendría náuseas. Ella vomitaría.
Mantener el vigor de Amy durante sus torneos universitarios es esencialmente una responsabilidad de tiempo completo para sus padres. Tienen un plan de alimentación e hidratación para cada torneo, que le proporciona bebidas, geles energéticos, sándwiches y fruta durante todo el día. Hablan continuamente con Amy para mantenerla concentrada. También vigilan la atención o las gotas físicas.
Y para ayudar con la resistencia de Amy, su carrito de empuje viene con un asiento que desciende para que pueda descansar después de cada disparo.
