El mundo deportivo está generalmente asociado con la masculinidad y con la fortaleza física. Entonces, cuando sos una persona con discapacidad y además mujer, pertenecer al ambiente se torna un poquito complicado. Sumás minorías, es decir: más piedras en el camino, pero por menos creíble que suene, las evidencias nos demuestran que una lucha ayuda a la otra.
Las deportistas paralímpicas arrancaron su vida en un entorno que, sin mala intención y hasta de manera inconsciente, les decía que “no podían”. No podían caminar una cuadra sin ayuda, cruzar la calle, ir al baño, comer, o hacer gimnasia en la escuela; tampoco jugar de la misma forma que sus amigos. A tal punto, que casi las convencieron de que eso era cierto. Digo casi, porque muchas se encontraron con el deporte que, por supuesto, ayuda a cambiar esa percepción.
Justo cuando el mundo les decía “no podés”, el deporte les decía “tenés que poder”, y cuando el mundo les decía que las nenas visten de rosa y son princesas, estas futuras deportistas paralímpicas, que tampoco daban con los parámetros de belleza y de princesas de las películas, se encontraron con el deporte que les dijo “acá hay lugar de sobra y tu cuerpo te hace hermosa”.
De esta forma la mujer con discapacidad se fue acostumbrando a romper barreras sobre lo que puede o no lograr; pertenecer a un entorno deportivo obliga a poner el cuerpo y la mente al límite, haciendo que cada situación de la vida cotidiana sea un acto de rebeldía hacia la falta de inclusión y la desigualdad de género.
Nacer con una discapacidad como la de Yanina Martínez, con dificultades no solo físicas sino también de comunicación, y superarlas al punto tal de llegar a representar al país en atletismo y ganar la única medalla de oro Argentina en los Juegos Paralímpicos de Rio de Janeiro en 2016 es de las cosas más poderosas que una persona puede transmitir.
Así, casi sin darnos cuenta, ser parte de dos minorías se convierte en ventaja: el empoderamiento de la mujer con discapacidad ante la desigualdad de género es consecuencia de la fortaleza que le dio el deporte ante su discapacidad.
Creo que todos podríamos aprender mucho de las deportistas paralímpicas. El preconcepto de que la persona con discapacidad no puede, o puede menos, o es víctima, o merecedor de pena, muere cuando nos encontramos con una atleta paralímpica, que inmediatamente quiebra todo tipo de prejuicio acerca de lo que una mujer es capaz o no de lograr.
La fortaleza que se encuentra en la mujer deportista paralímpica es inconmensurable. Nadie puede negarle su capacidad a Mariela Delgado cuando no le alcanzó con llenarse de logros y medallas en el mundo paralímpico, sino que salió a conquistar el ciclismo olímpico. A la italiana Bebe Vio le amputaron sus piernas y brazos producto de una meningitis, y eso no la detuvo para subirse a lo más alto del podio paralímpico en Esgrima y, además, ser embajadora y modelo de grandes marcas de moda. Otro caso de superación es el de Jessica Long, que pasó de huérfana en Rusia a romper, sin sus dos piernas, récords mundiales con 13 años y hoy, con 26 años, tener una cosecha de 23 medallas paralímpicas.
En el día internacional de la mujer se conmemora la lucha de un colectivo de mujeres que busca mejorar las condiciones de trabajo. Es gracias a ellas que se abrieron las puertas para globalizar la lucha y extenderla a todos los ámbitos donde encontramos desigualdad de género. El deporte paralímpico no está exento de esta lucha. La vida cotidiana de una atleta paralímpica, para quien derribar estigmas es cosa de todos los días, puede ser un gran ejemplo para el movimiento feminista.