Sylvana Mestre es la mujer con la que cualquiera de estos deportistas –niños, adolescentes o adultos con diversidad funcional– se tiraría doblemente a ciegas por la pista olímpica de la estación de La Molina (Girona), su verdadero hogar cuando calza botas rígidas. Basta ver cómo la miran y admiran las decenas de familias que suben en temporada a la caseta de Play and Train, el centro de deporte adaptado fundado por ella.
Se lo ha ganado tras 25 años dedicados por completo a la formación, la educación en la inclusión y a la normalización del ocio deportivo para todos, también para los que quieren llegar a la elite y ganar medallas. Sylvana es la confianza personificada para ellos: puede ser sus ojos o su instinto, puede ser su experiencia haciendo la cuña, robarles los miedos en un descenso a tumba abierta, pero también puede ser tu amiga y abrirte las puertas de su casa de par en par, sin apenas conocerte, para construir un set de rodaje y llenarte de regalos.
Eslalon gigante
El viaje hasta modelar el personaje no ha sido nada fácil y ha venido lleno de puertas estratégicamente colocadas que han golpeado una y otra vez a Sylvana, obligándola a cambiar el rumbo en su eslalon más complicado. Quizás consecuencia de amar el deporte pero ser un poco vaga para la competición, de una adolescencia rebelde y algo desnortada o de buscar demasiado pronto la independencia intentando estudiar medicina y enfermería con tan solo 17 años: “Mi padre, que era muy duro, me decía que quien paga, manda, y yo quería ganar dinero cuanto antes para mandarme yo”, nos cuenta orgullosa al principio de la entrevista. Durante aquella etapa de prácticas sanitarias tuvo su primer contacto con la discapacidad, un poso que recuperaría años más tarde para entregarle el cuerpo y el alma y salvar su propia vida.
Pero el precipicio y las puertas más duras estaban aún por llegar. Antes de los 40 perdió a su marido tras tres años muy duros; más tarde, a una de sus hijas por un inesperado accidente que le cuesta mencionar. “A pesar de todos los éxitos, yo he tenido un vida muy dura y complicada. Pero soy luchadora, una guerrera”, nos cuenta con los ojos vidriosos. Esa imposibilidad de cocinar al gusto su propia vida le ha llevado seguramente a trabajar más por la de los demás. Y en lo que ha recibido a cambio ha encontrado la energía necesaria para sobrevivir.
Sin esquís no se puede uno deslizar y Sylvana frenó en seco entonces y perdió el rumbo, su alegría por vivir. Hasta que volvieron aquellos recuerdos macerados unos años atrás mientras veía esquiar, por primera vez, a varios deportistas con discapacidad: “Fue en Tignes; se me rompieron los esquemas. No veía una salida a mi vida y verlos a ellos fue una inyección de adrenalina pura, un canto a la vida. Allí me hizo un clic la cabeza”, comenta dibujando una tremenda sonrisa.
Comenzó a hacer de guía y luego a entrenar a chavales con discapacidad en una disciplina donde los más jóvenes pasaban por entonces de los 30 años. Dos décadas más tarde, Sylvana puede contar cómo ha formado a más de 45 campeones mundiales y paralímpicos, ha presidido la Federación Paralímpica de Esquí y ha recibido la más alta distinción del Comité en 2015. Más allá de premios y metales, su mejor legado son los 7.000 beneficiarios que cada año sonríen con el esquí gracias a Play and Train y que ven en ella un faro de luz, una inspiración. Por todo ello, las huellas de Sylvana en la nieve de La Molina no se van nunca en primavera, se quedan siempre allí.
Todos tenemos alguna discapacidad
Cuando subimos a grabar unos recursos a mitad de pista donde entrenan los chicos nos damos cuenta de que allí, en vaqueros y sin esquís, los disfuncionales somos nosotros. Afortunadamente, nuestra discapacidad depende solo de un contexto efímero. El problema surge cuando ese entorno es abrumador y no deja de ponerte trabas para poder potenciar tus destrezas, como afrontar los 4.500 euros que puede llegar a costar una silla dual-esquí o la falta de accesibilidad de la mayoría de las estaciones. Falta concienciación, sobran prejuicios. “Nuestra sociedad no está preparada para aceptar la discapacidad, sigue habiendo muchas barreras”, nos recuerda Sylvana. Para empezar a sortearlas creó Play and Train junto a su inseparable amiga Mariona Masdemont.
En 1992, en otra puerta difícil de ese eslalon gigante, diagnosticaron a Sylvana una rara enfermedad genética pulmonar con un pronóstico de seis meses de vida. Lejos de rendirse o de dejar el deporte hoy convive, esquía y sonríe a sus alumnos con una discapacidad del 68%: “En mi discapacidad también mando yo”, nos recuerda mientras se inspira también en ellos: “Estos chicos me han enseñado que no hay tiempo para perder, que hay que vivir el aquí y el ahora.”
Encontrar a tu entrenador
Sylvana no se ha pasado media vida fabricando campeones, se los ha encontrado por el camino y les ha dado la oportunidad de ser ellos mismos, de convertir un granito de arena en su pasión, de enseñarles que nos definen nuestras capacidades, no nuestras carencias. “Cuando eres entrenador miras a un niño, buscas algo en su mirada, su chispa…. Así habla de Gabriel Gorce, uno de esos alumnos que se cruzó por el camino. Gabi y su guía Arnau consiguieron una medalla en la supercombinada de Sochi 2014 mientras Sylvana presidía la Federación internacional. Ella misma le entregó el ramo de flores con una emoción especial. Gabi fue un alumno pero, sobre todo, es un hijo en proceso de adopción. Hoy nos enseña orgulloso su medalla y aquellos recuerdos en casa de su madre, su hogar.
Todos tenemos alguna disfunción que en algún momento nos ha hecho sentir mediocres. El truco está en potenciar y poner el foco en nuestras habilidades y en acercarnos a aquellas personas que nos las señalen y modelen para hacernos sentir importantes, aprender y seguir creciendo, es decir, tener cerca a entrenadores como Sylvana. Ya lo decía Marín, el personaje con discapacidad de la película Campeones, cuando le recuerda con cariño a su entrenador: “A mí tampoco me gustaría tener un hijo como nosotros… lo que sí me gustaría es tener un padre como tú”. Como Sylvana.