Mateo lleva una bandana roja en el cuello y un polo azul de un equipo de carrera. Está sentado en el asiento de piloto de un Polaris RZR 1000 TURBO. Se encuentra en Pisco, al final de la primera etapa del Dakar 2019. Pero, por mucho que le gusten los autos, no arrancará: tiene apenas ocho años.
La atracción por los fierros es una herencia familiar. A Paula, su mamá, siempre le gustó ir a la carrera más famosa del mundo. Lo hizo en ediciones anteriores y este año –que se lleva a cabo en su totalidad en Perú– no fue la excepción.
Acompañada de su pequeño, llegó a la ciudad iqueña para recibir a distintos pilotos, tanto nacionales y extranjeros. Mateo, fiel a su pasión por las ruedas, armó una lista de todos aquellos a los que quería recibir. Y los recibió. Sin embargo, faltaba uno: Lucas Barrón.
De los 99 automovilistas que arrancaron la carrera, 92 llegaron antes que Jacques Barrón y su hijo, Lucas, quien hace historia al ser el primer participante del Dakar con Síndrome de Down. Pero, sin importar la espera, Mateo no se movería de ahí. Ningún tipo de cansancio era excusa para no esperar a su amigo de siempre.