Desirée Vila lleva tatuada una frase. «Lo único incurable son las ganas de vivir». Es su lema, la lleva dibujada en el costado, es el título de su libro y también se puede leer en el encaje de su prótesis de atletismo.
«Me marcó muchísimo porque es de lo poco que recuerdo de la UCI. Había muchos momentos en los que estaba sedada y no me acuerdo de mucho. Me la dijo una enfermera, madre de un compañero, y fue como un brote de energía para seguir adelante», explica en la pista de atletismo del Centro de Alto Rendimiento de Madrid, que desde septiembre se ha convertido en su nuevo hogar. El día, lluvioso, le recuerda a su Galicia natal.»Yo era gimnasta en el equipo nacional de acrobática y le dedicaba muchísimas horas. A raíz del accidente tuve que cambiar de mentalidad. No podría hacer gimnasia más, pero sí otras cosas. Y cuando volví a encontrar mi camino y una nueva motivación -el atletismo-, volví a nacer. Cuando tienes nuevos sueños es cuando de verdad vives», reflexiona.
Su vida cambió de la noche a la mañana el 26 de febrero de 2015. Desirée entonces tenía 16 años. «Estaba entrenando con la selección en Vigo, como un día cualquiera. Me caí haciendo una acrobacia y me rompí la tibia y el peroné. El problema es que se obstruyó una arteria y, al no haber circulación, la pierna fue perdiendo movilidad hasta quedarse sin vida. Se murió. No lo detectaron a tiempo y ya para cuando se dieron cuenta ya no había nada que hacer porque no corría sangre», rememora.
Desirée no fue consciente de la gravedad del accidente, pensaba que se acababa la temporada pero no que ponía fin a su carrera en la gimnasia para siempre. «Aunque en mi subconsciente ya sabía que había algo más», dice. Por eso no paraba de preguntar a los médicos si volvería a andar y a poder hacer deporte. Cuatro días después de ingresar, fue trasladada a otro hospital, pero ya era demasiado tarde. El médico responsable nunca le ha pedido perdón
Pedro Larrauri, el primer traumatólogo que atendió a Desirée tras el accidente, fue condenado a dos años de cárcel, a cuatro de inhabilitación y a pagar una indemnización. «En el juicio lo pasé muy mal porque pensaba que se iba a disculpar. Su negligencia fue dejar pasar los días cuando tenía mi cuerpo infectado. Esperaba que me pidiera perdón pero se exculpó. Necesitaba la indemnización para pagarme la prótesis. La que llevo para andar, que tiene una rodilla hidráulica, cuesta 70.000 euros», explica.
El traumatólogo que la había tratado dejó que su pierna se muriese. «Cuando llegué al nuevo no sabían si iba a sobrevivir. Tenía todo mi cuerpo infectado porque llevaba cuatro días con la pierna muerta», explica.
«Me caí haciendo una acrobacia, se obstruyó una arteria y la pierna fue perdiendo movilidad hasta quedarse sin vida», dijo Vila.
El médico dio la noticia de la amputación a sus padres y los tres se lo dijeron a ella al día siguiente. «Al escucharla, mis padres se desmayaron y cuando me lo comunicaron me tuvieron que sedar porque me puse muy nerviosa. Obviamente, no es una noticia que se asimile con facilidad. Llegué a decir que prefería morirme. Ahora lo pienso y digo ‘menuda estupidez’, pero para la Desi de 16 años, a la que le importaba tanto el físico, el deporte era su vida y si no iba a poder hacerlo, no tenía sentido», explica.Tras la amputación, continuó con la recuperación en casa, en rehabilitación y en la ortopedia. Al principio estudiaba en casa porque no quería perder el curso pero llegó el día de volver al instituto y enfrentarse a las miradas de sus compañeros. «Fue muy duro, uno de los más duros de mi vida», recuerda.
«No quería ir, fui obligada por mi psicóloga porque era un paso necesario para mi recuperación. No me hacía bien esconderme pero me preocupaba cómo reaccionarían mis compañeros, los profesores… Luego te das cuenta de que todo está en tu cabeza y que no es para tanto. Te montas un drama, pero mis compañeros y profesores me trataron como siempre», dice sonriendo.
«Con 16 años el físico es muy importante y te gusta verte bonita. Tras la amputación me preguntaba: ‘¿Me casaré algún día?’. Y después te das cuenta de que la persona que te quiere, te quiere por cómo eres, no por tu físico, que además con los años cambia. Tal y como vivo ahora mi vida soy una persona súper feliz. Tengo una vida plena. No me da pena lo que me ha pasado porque gracias a lo que me ha pasado he sabido superarme y he hecho un montón de actividades que igual no hubiese hecho si no hubiese tenido el accidente», dice convencida.
Regreso al deporte de élite
Porque si hay algo que la define es su fortaleza mental, su espíritu de superación, su energía y su optimismo. En los días malos, que tras la amputación hubo más de uno, la gallega echó mano de los valores aprendidos del deporte.
«La capacidad de sacrificio y de lucha que aprendí con la gimnasia acrobática me han servido para volver al deporte de alto rendimiento pero también me ayudó, por ejemplo, los primeros días con la prótesis. Si un día me caía o me hacía daño pensaba: ‘¡Y cuántas veces me he caído en la gimnasia y me he levantado!», dice sonriendo. Según fue aprendiendo a caminar con la prótesis fue recuperando independencia.
«Y entonces recuperas también la motivación y vuelves a creer en ti».
Aunque sigue echando de menos la gimnasia ha descubierto en el atletismo una nueva vida. Antes probó el tenis en silla, el baloncesto y la natación. Llevaba un año y medio sin correr cuando se puso la prótesis de atletismo por primera vez y entonces todo cambió. «Es genial volver a trotar y tener la sensación de velocidad con el aire dándote en la cara. Además, aprender a correr te ayuda a caminar mejor, te cansas menos y es calidad de vida», explica.
La llamaron de la selección de atletismo paralímpico para probar y pocos meses después -el pasado agosto- participó en su primer Europeo en Berlín. Se está especializando en pruebas de velocidad y en salto de longitud. «El salto me gusta mucho porque tiene algo parecido a la gimnasia… Esas milésimas de segundo que estás en el aire desde que saltas hasta que caes es como la sensación de hacer una voltereta», relata.
«Me encantaría ir a unos Juegos, es mi espinita porque la gimnasia acrobática no es deporte olímpico y estuve en un Mundial, que era lo máximo», dijo Vila
Tras dos años estudiandoen Inglaterra, se trasladó a Madrid. Compagina la carrera de Relaciones Internacionales con los entrenamientos en el CAR.
«Creo en lo que hago, me apasiona y si entreno duro, puedo llegar lejos», dice. Su objetivo ahora es conseguir la mínima para el Mundial. «Y me encantaría ir a unos Juegos. Si no es Tokio, a los de París 2024. Es mi espinita porque la gimnasia acrobática no es deporte olímpico y estuve en un Mundial, que era lo máximo», explica. En su prótesis, junto a su lema, hay un dibujo de un atleta paralímpico cuyas prótesis son dos de los cinco aros olímpicos. Toda una declaración de intenciones.