Suena el grito que anuncia la partida, y al final de una multitud de atletas en sillas de ruedas se ve a José Adolfo Herrera, quien con pasos robóticos avanza a 4,9 kilómetros por hora.
El atleta, quien perdió ambas piernas y un brazo, se mueve gracias a tres prótesis por una calle húmeda del centro de Medellín, por la que empieza a esquivar charcos y a devorar los cinco kilómetros de la carrera de la maratón de Las Flores.
Viste su mejor gala, un uniforme azul con su nombre y la bandera de Colombia y al que llama ‘traje de luces’, una especie de vestido mágico que cuando se lo pone lo hace olvidar de todo, hasta de haber sido desahuciado tres veces cuando era un niño.
En los primeros pasos de su trayecto, la gente lo pasa por sus lados. Empiezan a dejarlo rezagado, pero él sigue con su andar y mirada imperturbable, mientras los gritos ensordecedores de aliento a este hombre de 52 años comienzan a reproducirse por el centro de esta ciudad.
“¡Usted es un berraco!”, le dicen.
Lo es. A sus 8 años dejaba en una cama sus últimos alientos. La muerte lo acechaba. Bajo el efecto de los sedantes que lo mantenían casi que inexpresivo, lamentaba las razones por las que, dice él, Dios le puso una tremenda prueba.
Nacido en Santa Marta, vivía con sus padres y su hermano menor en Barrancabermeja, Santander, donde su padre laboraba como docente. Esa noche, el viernes 17 de diciembre de 1971, el puerto petrolero –como suele decírsele a esta ciudad– estaba caluroso y húmedo; “cómo olvidar ese día”, asegura José Adolfo.
Él, acompañado de su madre y el pequeño de brazos, debía viajar a Bogotá por vía férrea desde Barrancabermeja. Un trayecto normal para ese entonces en las locomotoras del Expreso del Sol. Pasadas las 8 de la noche, la familia decidió que era hora de comer, por lo que pidieron la atención de una cabinera para pasar de su vagón hacia donde estaba el del restaurante.
Su madre se adelantó con el niño menor, él se aferró a la cabinera, quien debía pasarlo al restaurante. Llegaron al límite del vagón y, justo ahí, la muerte pasó por su lado.
Su mano derecha se soltó de la cabinera al dar uno de los pasos entre vagones. Como pudo, luchó para sostenerse antes de caer. Clamó por ayuda, pero ni su madre ni la cabinera podían auxiliarlo.
Cayó en los rieles y le pasaron los ocho vagones del tren por encima. José Adolfo fue llevado con suma urgencia a un hospital de Barrancabermeja. Desde su entrada a urgencias, el dictamen médico era funesto.
Estaba prácticamente desahuciado. Su madre lloraba sin tregua con su hermano en brazos y su padre se veía desesperado. El paso del tren sobre su cuerpo lo hizo perder ambas piernas, el brazo izquierdo, la audición por el oído derecho y parte de su frente. Y, aun así, seguía vivo.
‘Ese señor tan berraco’
José Adolfo, ya algo retrasado en la competencia, continúa avanzando y es, sin duda, el corredor que se roba los aplausos en el centro de Medellín.
En ese trayecto, él asegura que muchos dicen que “una persona sin piernas y sin brazos no puede hacer nada”, y por eso salta a la pista siempre que puede para vencer ese rechazo de la sociedad.
Justo detrás de él avanza un niño de unos 8 años que está haciendo un berrinche para salirse de la competencia. Preciso, aparece la imagen de José Adolfo.
—Hijo, mira a ese señor tan berraco corriendo, y tú que lo tienes todo estás quejándote –le dice el padre al menor.
Tras verlo, el niño calla y sin dejar de mirar el ejemplo que le ponía su papá al frente de sus ojos siguió en competencia sin volver a renegar. Se tendieron la mano.
La misión de un maratonista es cumplir el recorrido sea cual sea el tiempo; José Adolfo tiene claro eso, y aunque la jornada puede ser agotadora, deja hasta su última gota de sudor para acabar la competencia.
Lo ha cumplido en todas las carreras, entre ellas la Media Maratón de Bogotá. Pero su misión más difícil, cuando vio todo cuesta arriba, fue el día en el que tardó más de cuatro horas en terminar los 21 kilómetros de la media maratón de Miami, en Estados Unidos.
A pesar de que su cuerpo ya no le daba más, en su cabeza resonaba el dicho que desde niño se planteó: “Atrás ni para tomar impulso”. Avanzó y venció los dolores, tal y como lo hace ahora en Medellín; su mejor entrenamiento es el poder mental.
Apenas ocurrió el accidente, él veía por la televisión a gente que le hacía mal a la sociedad y se preguntaba las razones por las que a ellos no les pasaba nada; en cambio, a él, siendo apenas un niño, le quedaba ese trauma para su vida.
Empezó a rechazar a Dios y a renegar sobre las circunstancias que lo harían pasar cerca de dos años postrado en una cama en el Hospital Militar Central en Bogotá, hasta donde fue trasladado para que le hicieran 25 cirugías en su cuerpo.
Entre tantos días de tristeza y compartiendo con soldados que también llegaban en difíciles condiciones, José Adolfo comenzó su rehabilitación y decidió tomar el toro por los cuernos; se planteó aprender a usar prótesis de madera y lo consiguió de inmediato. También empezó a estudiar bachillerato, siempre escudado en el amor de su familia, que se entregó por completo para lograr su rehabilitación.
“Yo me dije: ‘tengo que estudiar, rehabilitarme, no dejar que la vida le pase a uno, sino uno ir a buscar la vida’. Le pasa a gente con discapacidad o normal que se echan a morir por cualquier circunstancia”, cuenta José Adolfo.
Yo me dije: ‘tengo que estudiar, rehabilitarme, no dejar que la vida le pase a uno, sino uno ir a buscar la vida
Aunque en su niñez lo rechazó, José Adolfo asegura que la fuerza con la que ahora corre y con la que logra avanzar en su vida se la entrega Dios. “Lo acepté y me dije: ‘vamos para adelante, atrás ni para coger impulso’. Ya no me achico ante cualquier adversidad”.
Camino a la meta
La carrera en Medellín es de las más relajadas que ha hecho, confiesa José Adolfo, quien pasa sonriendo por un puesto de hidratación a dos kilómetros de la meta.
En ese trayecto, la gente comienza a interrumpir su recorrido. La admiración que causa genera que las personas lo detengan y le pidan fotos, a las que él atiende una a una.
Recuerda que Dios siempre le ha dado fortaleza. En la primera semana en Barrancabermeja, los médicos les decían a sus padres que debían recoger las cosas porque a la mañana siguiente era muy posible que él amaneciera muerto, pero para él era solo un aviso para luchar.
Su esmero lo ha llevado a diez de los estados de la Unión federal a contar la experiencia de su vida a niños con discapacidad, quienes lo ven como su esperanza.
“Me tocan, me miran y se sorprenden al ver que lo que yo hago es cierto”, dice este administrador de empresas, quien en 1999 ganó, por su superación, el Premio Portafolio Empresarial cuando trabajaba para el Seguro Social.
Lo marca el recuerdo de hace unos años, cuando recibió una llamada sorpresiva desde Puerto Rico. “Te necesitamos, un niño está pasando por algo muy similar a lo que viviste. Por favor, ven”, rememora.
Sin más noticias, decidió viajar y se encontró con un niño de ocho años en el que pudo sentirse reflejado. En las obras de un acueducto en un pueblo de ese país, los obreros se fueron a almorzar y dejaron la maquinaria con sus respectivas llaves. Una decena de niños se metió a la obra a jugar. Por accidente, accionaron la máquina y esta pasó por encima del cuerpo de un menor, quien quedó sin las piernas y sin su brazo derecho.
“Lo vi, le mostré lo que hacía y lo inspiré en ese momento. No es lo mismo ver a una persona así en una película que cuando lo tocan a uno e interactúan. Si yo lo pude hacer, tú lo puedes hacer”, le dijo al niño que sintió un bálsamo cuando conoció a José Adolfo.
En plena maratón, dice que estas carreras sirven para mostrar las fortalezas de las personas con discapacidad y que quienes padecen ciertas dificultades cambien ese paradigma del “pobrecito”, que algunos usan para sacar algún provecho.
No es lo mismo ver a una persona así en una película que cuando lo tocan a uno e interactúan. Si yo lo pude hacer, tú lo puedes hacer
Al estar muy cerca de la meta acelera el paso, pues otra de sus hazañas es que jamás en los cerca de 20 años que lleva corriendo ha llegado de último.
José Adolfo levanta su mano a unos 100 metros de la meta. Ve el triunfo muy cerca. Reflexiona que él fácilmente se podría quedar solo con su trabajo como asesor administrativo en una entidad pública, pero con las maratones se siente más vivo que nunca, pese a que después de muchas de las carreras, el dolor en sus muñones puede ser insoportable.
De todas manera, este corredor está convencido de que Dios le quitó cosas esenciales para la vida, pero le entregó habilidades deportivas para sensibilizar. También le dio sabiduría para “mostrar los valores de las personas con discapacidad”.
Cuando cruza la meta con un tiempo de 1 hora 3 minutos en la posición 2.058, sonríe y busca sin descanso a quienes le entregarán una nueva medalla que guardará como un tesoro. Cada uno de los más de 15 galardones deportivos que ha conseguido son demostración de que todos sus desafíos los saca adelante.
Al otro día, José Adolfo debe estar sentado en su oficina en Bogotá con su vestido de paño y con su ‘traje de luces’, aguardando una nueva competencia, pues no entrena por los dolores que las prótesis le pueden provocar en sus muñones.
También pasará desapercibido entre las miles de personas que se cruza a diario en las calles porque él es un hombre normal que conduce su carro, le gustan las mujeres, charla con sus amigos, además de tener como la meta más firme que los colombianos valoren a la población discapacitada, por la que no se cansará de correr.