Aunque 3.500 millones de espectadores de todo el mundo estaban pendientes de su disparo, Antonio Rebollo, el arquero paralímpico encargado de encender el pebetero en los Juegos de Barcelona’92, asegura que no le tembló el pulso.
«La verdad es que no estaba nervioso. Siempre he tenido la cualidad de aguantar muy bien la presión, porque estaba acostumbrado a la competición. Ni se me pasó por la cabeza que podía fallar; yo era como un robot. Estaba absolutamente concentrado, contando los segundos que tenía que dejar quemar la flecha, porque si la tiraba antes se apagaba y se la tiraba después también. Y pendiente de que el disparo estuviera perfectamente coordinado con la música, tal como habíamos ensayado», relata en una entrevista concedida a EFE.
Aunque, por aquel entonces, Rebollo ya tenía, a sus 37 años, un palmarés envidiable como arquero (se retiraría tras lograr 3 medallas en los Juegos Paralímpicos y ser nueve veces campeón de España y uno de Europa), era un gran desconocido para el gran público.
Sin embargo, el madrileño se convirtió en el protagonista de uno de los momentos más recordados de Barcelona’92. Y eso que, hasta la misma tarde de la ceremonia, no supo que finalmente sería él el elegido, ya que el Comité Organizador contaba con un plan B: Joan Bozzo, por aquel entonces campeón de Cataluña de tiro con arco.
Bozzo, como Rebollo, esperaba entre bambalinas e impecablemente vestido de blanco a que Lluís Bassat, el máximo responsable de la producción del evento, les comunicara quién de los dos saldría esa tarde al estadio para disparar la flecha más famosa de la historia de los Juegos Olímpicos.
«Al final, Bassat entró en la sala donde esperábamos los dos ya cambiados y me dijo: ‘Antonio, vas a ser tú’. Creo que hasta el último momento intentaron que el arquero fuera catalán, algo que, por otra parte, entiendo, pero la verdad es que yo no fallaba nunca y Bozzo sí», afirma Rebollo con seguridad.
A las 22.40 horas de aquel 25 de julio, el último relevista de la antorcha olímpica, Juan Antonio San Epifanio ‘Epi’, encendió la flecha que sostenía Rebollo y que, segundos después, voló disparada hacia el pebetero, situado a 61 metros de altura y a 70 metros de distancia de él, hasta prender el fuego del Estadio Olímpico de Montjuïc. El estadio enloqueció.
«Toda aquella expresión de júbilo, todo ese ambiente, me superó de golpe. Estaba alucinado. Me empezaron a llevar de aquí para allá como una peonza y no sabía ni lo que estaba pasando», recuerda.
La repercusión de su gesta fue tal que, al día siguiente, Rebollo tuvo que pedirle a un amigo que le dejara un piso para atender a la prensa.
«La verdad es que nadie de la organización había previsto todo aquello», explica Rebollo en tono de reproche.
Respecto a si aquel célebre encendido del pebetero tenía truco, el arquero aclara que el plan siempre fue que su flecha lo sobrevolase en el mismo instante que alguien prendía el haz de gas para que se encendiera la llama, mientras la flecha pasaba de largo y caía en plena calle, detrás del estadio.
Cualquier otra posibilidad ponía en riesgo la seguridad de los asistentes y complicaba la logística. Pero Rebollo no se conformaba y pidió en uno de los ensayos que le dejaran intentar un disparo al interior del pebetero.
«En el primer intento, la flecha pegó en la estructura y cayó hacia la grada; en el segundo, la metí dentro del pebetero, pero el impacto fue tan fuerte que me cargué las tuberías que había ahí dentro y tuvieron que llamar a la compañía del gas para que las arreglaran». Entonces comprendió que no se podía hacer de otra manera a la que estaba prevista.
El arquero madrileño dice guardar «con mucho cariño» aquel recuerdo olímpico en su memoria, pero lamenta que se perdiera una gran ocasión de promocionar su deporte, el tiro con arco.
Veinticinco años después, Rebollo tiene 62 y vive de la ebanistería. Entre sus aportaciones a la historia del tiro con arco, además del encendido del pebetero de los Juegos, a él le gusta mencionar su manual internacional de caza con arco, su especialidad.
Un arquero paralímpico encendió el pebetero en Barcelona ’92
