Tenía 11 cuando su vida cambió de perspectiva. Enrique Plantey (34) estaba con su hermano Nicolás y su papá en un viaje de Neuquén capital al campo. Cuenta que se encontraron con una familia amiga y frenaron en la banquina para conversar. «Pasó una camioneta, se le levantó el capó, maniobró mal para ese lado y nos pisó», relató Enrique en una entrevista con el diario argentino LA NACION.
Para él lo que sucedió fue obra del destino. «Estaba escrito, está claro… Fue un accidente muy casual, en una ruta en la que no había mucha gente», describe. «Dios me dejó a mi vieja que es el motor de la familia».
Enrique despertó cuatro días después y allí se enteró de que su papá y su hermano menor habían muerto en el accidente y que él, el único sobreviviente al accidente, ya no podría caminar. Ahí vio por primera vez la silla de ruedas y se tomó esa situación como un juego: «La primera vez que vi la silla de ruedas fue con ganas de subirme, realmente. Quería salir de la cama, era una diversión para mi».
«Me había tocado la mejor parte; tengo una familia gigante y muy compañera y amigos de fierro entonces fue muy fácil empezar a acostumbrarme a manejarme en silla de ruedas», sostiene y, tras vivir veinte años sobre ruedas, afirma que cada vez confirma más «que es un aparato para trasladarse y nada más, no es algo que debería llamar tanto la atención».
Enrique pudo salir adelante luego de un viaje a Cuba que hizo con su mamá. Allí se sumergió en una terapia de recuperación física muy intensa en la que el foco estaba en trabajar con el cuerpo acompañado, constantemente, de un kinesiólogo. Durante cuatro meses, entrenó ocho horas todos los días menos los domingos y así logró «conocerse».
Explica: «Me ayudó a tener mucha consciencia sobre el cuerpo, a aprender a comer bien porque había engordado mucho y, sobre todo, fue un antes y un después porque volví súper motivado con el deporte». En el colegio entrenó en carreras, básquet, voley, handball, natación, jabalina y ping-pong y, más adelante, fue descubriendo sus pasiones: el esquí y andar en bicicleta.
A su primer contacto con el esquí adaptado lo tuvo aproximadamente a los 14 años cuando, en un viaje a San Martín de los Andes, un hombre lo invitó a probar esa experiencia. «No me bajé más», dice y cuenta que se está preparando para representar, una vez más, a la Argentina en los Juegos Paralímpicos de Invierno que se desarrollarán el año que viene en Corea.
Para él, su misión «es disfrutar la vida» y sostiene que eso es lo que intenta hacer todos los días: buscar la plenitud. «Todavía no encontré mi techo», dice este estudiante de Derecho que trabaja en el Consejo de la Magistratura de la ciudad de Buenos Aires.
Enrique es uno de los ganadores de los premios Bienal de ALPI que busca reconocer a aquellas personas con discapacidad motriz que son ejemplo de vida. Sin embargo, pese a que agradece el premio, con convicción y fuerza en sus palabras, dice que no hace nada para «demostrar que puede», sino que para sentirse pleno.
Y sostiene que «la discapacidad es muy social» y que para cambiar la mirada es importante que las personas con discapacidad salgan a la calle. Para eso creó, junto a su socio Mariano -que también está en silla de ruedas- 3pi Mobility: un dispositivo que transforma cualquier silla de ruedas en una bicicleta. «Lo que más me gusta de la bicicleta es la visión del tercero, es increíble lo que cambia la visión de la gente cuando te ve», cuenta.
Enrique está en constante movimiento. En 2010, junto a un amigo, dio la vuelta al mundo «siguiendo al sol» durante todo un año y dejó su experiencia plasmada en el blog que hicieron juntos llamados Neuquinos por el mundo. Así hizo que 25 países de cuatro continentes fueran testigos de su andar.