Dos pegatinas en el trasero de la silla y el logo tatuado en la bandolera le delatan. Javier es un ‘ferrarista’ de pata negra. No se pierde una sola carrera de fórmula 1. “Me da igual quién lo pilote, es la escudería italiana lo que me apasiona”. Y los coches en general. Por eso, cuando hace ocho años en una autoescuela le dijeron que nunca podría sacarse el carnet de conducir, Javier se achicó. “Me cortaron las alas”, dice. Hasta que paseando por el Salón del Automóvil, en el 2015, encontró algo que le ayudó a rescatar su sueño. Ahora, este hombre de 42 años, con una parálisis cerebral de nacimiento, sin poder usar las piernas y con una mano también afectada, tiene la teórica aprobada y está haciendo prácticas para conseguir la licencia. Será la primera persona con discapacidad en Catalunya en subir a examen conduciendo desde su propia silla de ruedas, de acuerdo a un reporte de El Periódico de Catalunya.
Javier Romero vive en Gavà y trabaja como coordinador comercial en la Fundación DKV Integralia. Su mujer, Eva, con la que se casó en el 2014, también padece parálisis cerebral, aunque menos agresiva. Como sucede con el resto de personas con problemas de movilidad, el deseo de esta pareja es lograr la máxima autonomía; la mayor libertad dentro de sus posibilidades. “Soy consciente -se explica- de que para muchas cosas siempre voy a necesitar ayuda. Pero hay un límite que no quiero cruzar, porque hay muchas cosas que quiero hacer por mí mismo. Y no por capricho, sino porque puedo hacerlas”.
Para conseguir el carnet, cuenta con la complicidad de la empresa ARC Soluciones, con base en L’Hospitalet de Llobregat. Se dedican desde hace 10 años a adaptar vehículos. Suyo era el Kia Soul que deslumbró a Javier hace dos años en el Salón del Automóvil, al que va cada año con su cámara de fotos para disfrutar de las últimas novedades del sector. El gerente de esta empresa, Alex Ribes, trabaja en esto por vocación. Y un poco por familia, pues en la memoria guarda el ejemplo de su tío, que iba en silla de ruedas, conduciendo. Javier es el primer cliente de la autoescuela que acaban de crear, la segunda de España que permite pilotar desde la propia silla. Son muchas las academias que disponen de vehículos adaptados, pero solo ARC e Irrintzi, en Vizcaya, ofrecen la accesibilidad absoluta.
La autoescuela que le cerró las puertas a Javier le dijo que la escasa movilidad de la mano izquierda le impedía conducir. Básicamente, lo que pasaba, es que carecían del artilugio que le permitiera manejar el volante sin problemas. Las prácticas que realiza con Josep, el profesor, desmienten esa afirmación: con la derecha maniobra una palanca que controla el acelerador y el freno, y con la izquierda, apoyada en un soporte hecho a medida, domina el volante. Este diario ha tenido la oportunidad de probar el vehículo, de cuatro plazas, y comprobar su fiabilidad. No es ningún trasto. Javier entra por el maletero a través de una rampa y ancla su silla al suelo frente a los mandos. Si se cansa, y gracias a la instalación realizada por ARC, el asiento del copiloto se puede mover y colocar a la izquierda, de manera que él puede pasar al otro lado, siempre sin salir de su propia silla.
No se ha marcado una fecha para subir a examen. Dice que se conoce Montjuïc de memoria, que no cree que tenga muchos problemas para aparcar porque el vehículo tiene cámaras traseras. Tampoco parece nervioso. Quizás porque la ilusión enmascara cualquier atisbo de inquietud. Cuenta que hay gente que le dice que todo esto es una locura, que gastarse 53.000 euros (el precio del Kia Soul adaptado) es una bestialidad. “A todos les pregunto lo mismo: ‘¿cuánto vale tu libertad?’”.
Su padre le echa una mano en todo lo que puede, y eso es algo que él nunca podrá agradecer lo suficiente. Pero él quiere conducir. En resumen: ir adónde quiera y cuándo quiera. Para ir a Badalona a ver a su suegra, por ejemplo, necesitan hora y media de trayecto en un bus y coger dos metros. Pero eso no es solo por su limitación física; también por las carencias en transporte público entre los municipios del área metropolitana de Barcelona. Y eso que Javier es un privilegiado al poder pagarse tanto las clases como el auto.
Cuando la primera autoescuela le cerró las puertas, alivió el mono comprándose un coche de 49 centímetros cúbicos para el que no necesitaba carnet. “Pero me casé, y además tampoco podía ir muy lejos con él ni entrar en la autopista. Es un poco como el coche del Doctor Slump”. Se lo regalará a Josep, “y que haga con él lo que quiera”.
El hecho de usar su propia silla para conducir es «una victoria más” en el arduo camino que las personas con discapacidad recorren hacia la accesibilidad. “No quiero tener que depender de alguien que guarde mi silla en el maletero mientras yo intento acoplarme al asiento. Lo que busco es que el coche se adapte a mi, no al revés. Si decido ir a comprarle un regalo a mi mujer al centro comercial, no quiero depender de nadie, quiero pasear, mirar escaparates, escoger lo mejor para ella y volver a casa”.
Cuando consiga el carnet, lo primero que hará será conducir hasta Montserrat, donde procederá a bendecir el vehículo. Dice que es una tradición familiar, que antes lo hicieron su abuelo, su padre y su hermana. Y que no será él quién rompa la liturgia. Después ya habrá tiempo para viajar, empezando por el norte de España, adonde espera poder ir con Eva este mismo verano. Cuándo quieran y a dónde quieran.