A simple vista, Eduardo Ávila Sánchez es como cualquiera otra persona. Estudia una licenciatura, tiene amigos, le gusta leer, escuchar música y sólo su lento andar, cuidadoso a cada paso, delata la debilidad visual que padece y apenas le permite ver sombras en un mundo de tinieblas, aunque esto no le impidió convertirse en campeón paralímpico de judo en Pekín 2008, en la categoría de 73 kilogramos, después de despachar por ippon (nocaut) al chino Zhilin Xu.
Es estudiante del primer semestre de nutrición en la Universidad Anáhuac, al lado de su hermana Ana Elisa. Su hermano César Fernando cursa veterinaria en la UNAM.
El judoca eligió esa carrera porque “quiero hacer algo por la población de mi país, porque aquí no tenemos un programa adecuado en esta materia”, razona.
Y prosigue: “Creo que nos hace falta educación, una cultura de la alimentación. Sería bueno que se legislara o hiciera algo para evitar la venta de comida basura que no sirve para nada, de refrescos. Somos el primer consumidor de estas bebidas en el mundo y eso es muy lamentable”.
A Eduardo le diagnosticaron retinosis desde la primaria, un padecimiento visual que se complica por la miopía y el astigmatismo que padece desde su nacimiento, mal que no tiene cura, pero que ahora prefiere tomar como algo que le dio la oportunidad de triunfar.
El deporte, su mejor antídoto
Si bien pasó una etapa de depresión, el deporte fue el mejor antídoto que lo ha sacado adelante, por lo que ahora quiere convertirse en un ciudadano ejemplar, un incansable luchador contra “esos canallas” que se estacionan en los lugares de los discapacitados o que no los respetan.
De piel clara, ataviado con pantalón, camisa, zapatos y bata blancos, Eduardo está seguro de que “a lo mejor no es discriminación, pero sí nos tratan (a los discapacitados) con injusticia, porque el mismo o más trabajo nos cuesta a nosotros entrenarnos y ganar, que a los convencionales, y sin embargo a ellos los tratan mejor”.
Define su vida como “muy normal”. Así fue su niñez, aunque recuerda que se caía con frecuencia por no ver. Lo mismo su adolescencia y ahora su juventud, etapas plenas de buen trato con sus familiares y amigos, porque “esta discapacidad, que no me gusta llamarla así porque puedo hacer todo, claro, con algunas restricciones, como cualquier otro”, no le ha impedido disfrutar de la vida, si acaso, no poder manejar un automóvil.
Hijo de padres judocas, Ana María Sánchez e Hilario Ávila, quien es su entrenador, son quienes generaron en Lalo su gusto por el deporte y por el combate en particular, “lo que ahora agradezco, porque me ha convertido en un campeón paralímpico”.
Apoyado en lo económico por el Consejo del Deporte de Jalisco, el municipio de Guadalajara y la Conade, Eduardo tiene una particular debilidad por la pizza, que evita en lo posible por la grasa, y por los chiles en nogada, acompañados con un buen vaso de agua fresca, porque “en mi casa siempre nos inculcaron comer bien, y eso es lo que me gustaría compartir con mis paisanos, que aprendan a comer bien”.
Con gusto platica que en la universidad lo han apoyado en sus giras al brindarle tutores personales, además de darle el tiempo que requiera para sus viajes y entrenamientos que realiza de dos a cuatro horas al día en la Conade Tlalpan y en Ciudad Universitaria.
Aunque le gusta leer, no tiene autores favoritos y a ratos prefiere escuchar pop rock en inglés. Sus apuntes los hace con letra grande para poder estudiar y mantenerse en la medianía del 7 y 8 de promedio. “No soy excelente, pero tampoco repruebo”, apunta.