A la española Loida Zabala no le ha quedado más remedio que adaptarse a un garaje para entrenar día tras día.
Vive tan en precario que todas las máquinas que ha instalado en este pequeño gimnasio las tiene porque pidió un crédito a un banco. Ni el dinero ni nada detiene a esta doble finalista paralímpica en halterofilia —séptima en Pekín y quinta en Londres— y campeona de España. «Hasta que mi entrenador me lo dijo, ni me di cuenta de que el suelo del garaje estaba inclinado y por eso levantaba el peso de lado», explica.
Está enamorada de las pesas. Su rostro brilla cada vez que habla de su deporte. El idilio no fue premeditado, sino fruto de una desgracia. Cuando tenía 11 años le diagnosticaron una mielitis —inflamación de la médula espinal— y la rehabilitación se basaba en ejercicios con mancuernas. La fisioterapeuta del hospital le comentó que tardaría meses en hacerlos todos, pero ella quiso llevarle la contraria. En dos semanas los completó.
Hasta que cumplió 18 años —ahora tiene 28— desconocía qué era la halterofilia. «Hacía pesas, pero si no es por el seleccionador español, no me habría metido en este deporte». Aquel técnico era Lodario Ramón y fue quien comenzó a pulir el diamante de esta halterófila. Sufría muchas lesiones, la técnica era inexistente, entrenaba con una banca que le regaló su abuela y ni siquiera compartía ciudad con su preparador. Ella es de Losar de la Vera (Cáceres), donde tiene un pabellón con su nombre, y él de Oviedo. «Al principio me pasaba los ejercicios por correo electrónico, pero con 19 años decidí mudarme a Asturias», afirma.
Entrenar con la mejor
Poco a poco mejoró sus marcas —empezó levantando 45 kilos—, pese a tener que compaginar los entrenamientos con el trabajo de auxiliar administrativa, y emprendió una aventura por México. Al otro lado del Atlántico la esperaba, en enero de este año, la bicampeona olímpica Amalia Pérez. «No tenía claro si ir. Mi familia me decía que era un país peligroso o que iba a perder mi trabajo. Al final me aventuré y me sentí como una deportista de élite», exclama.
Su tenacidad, esfuerzo y capacidad de lucha la han llevado a levantar ya 100 kilos. Eso y su nuevo entrenador, Javier Tejero, con quien lleva solo seis meses. «Estamos en una progresión muy buena y ojalá en Río podamos llegar a los 106 kilos y colgarnos una medalla. No sé si lo conseguiremos, pero, con la ambición que tiene, no creo que estemos lejos», argumenta.
Cuando se pone debajo de la barra, Zabala se olvida de su silla de ruedas. Solo piensa en lograr una buena levantada en los tres intentos que tiene. Su primera parada será a partir del próximo día 25 en el Europeo de Hungría y la última en los Paralímpicos de Río del año que viene. «Cuando me siento en el avión cada cuatro años pienso lo mismo: ‘lo he conseguido».
Loida Zabala, aspira al pódium entrenando con precariedad
